Cuentos con vestido rojo y sin tacones, por A. Monsrreal

domingo, 9 de noviembre de 2008


Hasta donde sé, y lo que sé no es mucho ni muy preciso, Vestido rojo y sin tacones es el primer y bien dotado libro que como autora presenta Verónica García Rodríguez, pues como antologadora o antologista ya nos ha regalado con uno y de saludable y amorosa factura, en el que recoge los trabajos no por incipientes menos literarios de mujeres que inventan sueñan y crean desde las paredes opresoras de la prisión y que con valentía y fervor nos muestran sus heridas, sus cicatrices, el origen de sus padecimientos y sus no escasas desgracias.
En este nuevo volumen, que es su mejor y más firme carta de presentación, la más alentadora y promisoria, en rigor, la única que en verdad vale la pena, Verónica deshoja, así como jugando a la inocencia, a lo inofensivo, así como quien a penas quiere la cosa, aunque con malicia poco común, una perturbadora flor de conflictos que nos hablan sin concesiones de las ocasionalmente desconsoladoras relaciones humanas, y de modo muy especial de las relaciones de pareja sean éstas convencionales o equivocas, lo que resulta más adecuado pues así nos descubre la cara oculta de la luna, la parte no oficial sino la íntima, la que se ampara tras la buena cara, bajo las buenas apariencias. Indudablemente, hay rabia y angustia, miedo, dolor, sí, mucho dolor en lo que escribe, pero también hay alegría, comprensión, compasión, hay amor por encima de todo, por encima de la mayor de las vergüenzas, por encima de la peor de las infamias. Y esto, el amor, el de a de veras, el amor que bajo ninguna circunstancia se tapa la cara, es lo único realmente impagable que le puede pasar a cualquier ser humano.
Una singularidad de esta fuerza y de este tamaño me entusiasma particularmente, ya que espero como lector que la escritora no nada más me cuente una historia sino que me descubra lo que de secreto, de escondido, de insobornable existe en las raíces de esa historia. Porque si no es para develar misterios, para perdurar insomnios, para arrancarles sus disfraces a las imposturas, sus sábanas a los fantasmas, entonces para qué escribir, no le encuentro el menor caso. La literatura, a mi manera de ver, asienta sus poderes en las revelaciones, en lo que de hondo e inmarcesible tiene el alma.
Y la escritura de Verónica García Rodríguez posee esa característica, esa virtud poco frecuente, la de decir en vez de únicamente contar; la de transmitir en lugar de sólo describir, pues desde mi punto de vista el quedarse en la superficie, en la banalidad, es una de las verrugas en el rostro del quehacer literario en nuestra época, el de gozarse en contar anéctodas insustanciales, huecas, sin sentido, sin la determinación ni el propósito de encajar ningún dedo en ninguna llaga. Por eso, me parece, Vestido rojo y sin tacones nos seduce, atrapa, envuelve, inquieta, produce temblor y escozor, y su autora se planta entera con sus ideas, o mejor dicho, con la clara intuición de su sensibilidad y la certera e inteligente intención de sus ideas, en el escenario a veces rabioso, a veces sufriente, a veces sonrisueño y desenfadado de lo que cuenta, de lo que extrae del lúdico sabucán de su memoria, de su imaginación, de su ser correteador y palabrero. Felizmente cumple su cometido de abrir las puertas y ventanas clausuradas y hacer luz en esas zonas confusas, calladas de siempre, reprimidas, porque de eso no se habla.
Por otra parte, como no pretendo que este comentario parezca o sea un ejercicio meramente elogioso, una nota laudatoria de apoyo moral a la cuentística de la cuentista, y como sé que los verdaderos amigos son los que se atreven a decirte que tres sucia la cara, pues yo con los debidos respetos quiero indicar lo que a mi parecer es el pelo en la sopa, o la arruga en el vestido rojo de este libro, o el pecado no menor de cierto descuido formal, un rosario de palabras repetidas de palabras a lo largo de todos los cuentos, cosa que a mi juicio los desmerece, y no merece el talento de la autora. Me permito señalar este “descuido”, o este “apresuramiento”, porque creo que Verónica García Rodríguez no es una prosista acualquiercosada, sino una escritora hecha para sumergirse en aguas profundas y salir a respirar en grande. No digo que Vestido rojo y sin tacones sea un libro para ganarse el cielo, pero sí para ganar y hacer suyos a muchos lectores, un libro que por su audacia, su firmeza, su nacer incendiario y de cara al mundo le permite a Verónica presentarse como un mundo y a parte, y colocar el primer sólido peldaño del alto nombre que como cuentista parece llamada a alcanzar. Y ya no digo más, léanla.